Tic-tac

Tic-tac, tic-tac. Como todas las mañanas, el sonido desesperante de las agujas de un reloj inundó mis oídos, despertándome de lo que parecía haber sido un gran letargo. Sentí una fuerte luz acertándome en los ojos y a modo de desagrado arrugué las facciones de mi cara. Bostecé. Tic-tac, tic-tac. Esperé cierto tiempo a que mis ojos se acostumbraran a aquella claridad y cuando conseguí la suficiente fuerza de voluntad los abrí. Aún con la mirada entrecerrada por la luz, pude distinguir la habitación en la que me encontraba. Era un tanto familiar, he de decir, pero tan solo era una habitación normal y vagamente amueblada. Me encontraba sobre una cama blanda con sábanas de un blanco amarillento. La luz que me había molestado provenía de una ventana algo desaliñada y llena de polvo y marcas de dedos. Eran los primeros rayos de Sol, supuse. Tic-tac, tic-tac. Busqué el dichoso reloj que había perturbado mi plácido sueño pero no lo pude encontrar por ningún lugar visible. Con un resoplido dejé de prestar atención al estridente ruido del objeto y me centré en el resto de la habitación: un armario polvoriento, un escritorio lleno de papeles arrugados, unos pósteres en la pared roñosos por el paso del tiempo... Pero no había nada más aparte de todo aquel mobiliario básico y aburrido. Ignoré todo aquello y busqué la puerta de la habitación para poder escapar de tal monotonía.

Caminé por un largo pasillo oscuro que parecía pertenecer a una casa de un solo nivel. A los lados, unas puertas daban paso a otras salas, pero no las hice el menor caso. Solo quería saber qué hacía allí y volver cuánto antes a mi hogar. Mi hogar. En ese momento reparé en que no recordaba mi procedencia, ni mi casa (si es que tenía), ni siquiera mi propio nombre. Paré en seco. Por más que intentara conseguir información de mi memoria no lograba encontrar nada. Sabiendo que la única forma de hallar una respuesta era salir de aquella casa tan cerrada, reanudé el paso con decisión hasta que llegué a una especie de salón-comedor. Tic-tac. El sonido del reloj cada vez era más y más lejano. Aquella casa parecía estar desierta, y la nueva sala no era una excepción. Compartía la misma sequedad que la habitación en la que había despertado hacía apenas unos minutos, solo que en la mesa principal había todo tipo de botellas de alcohol y cigarrillos aplastados contra el mantel. En los estantes de la pared había fotografías color sepia colocadas en marcos algo anticuados. En la mayoría de ellas se podía ver lo que parecía un matrimonio haciendo muecas de felicidad: una mujer bajita de aspecto imponente y un hombre no muy alto de porte formal. En otra de las fotografías, y apartado del resto de personas de la imagen, un chico de greñas negras sonreía a la cámara con timidez. Debía de ser una familia encantadora, pensé. De repente, una serie de pasos hicieron crujir la madera del suelo. Tic-tac. Me aproximé hacia una de las paredes de la estancia que estaba salpicada de manchas rojas y con sumo cuidado observé detrás de ella. Una oficial de policía aparentemente joven andaba con paso rápido por la casa. Por suerte no me descubrió, pero su presencia allí no hizo más que crearme miles de preguntas nuevas. ¿Qué estaba ocurriendo? Un eterno minuto después, la mujer salió por una puerta que daba al exterior. La seguí con curiosidad y abandoné al fin la casa.

Todo era un caos en aquella calle. Dos ambulancias, varios coches de policía y personas por todos lados. La mayoría tenían un semblante preocupado. Tic. Con cuidado de no ser visto, me alejé lo suficiente de la muchedumbre para poder ver mejor qué estaba ocurriendo sin parecer sospechoso. Había cordones policiales color amarillo chillón rodeando la escena. Tac. Me acerqué con normalidad a uno de los oficiales que estaban cerrando el paso a los civiles que se acercaban a husmear y le pregunté.

        — Disculpe, ¿podría decirme qué está pasando aquí? —Lo dije con educación, esperando que así me diera una respuesta.

El oficial seguía mirando hacia el infinito, sin percatarse de mi intromisión.

      — Mi amigo vivía en esa casa y estoy muy preocupado. Por favor —mentí.

Pero el hombre solo me atravesó con la mirada y volvió con sus compañeros al instante, dejándome con la palabra en la boca. Tic. En ese momento pensé que lo mejor era abandonar aquel lugar y dejar de curiosear pero, al fin y al cabo, de alguna forma había despertado en aquella casa y estaba casi seguro de que guardaba relación con el suceso de la calle. Tac. Me escabullí y crucé los cordones policiales. Mientras avanzaba me escondía detrás de los coches de policía y sorteaba a cualquiera que se me cruzara esperando que nadie notara mi presencia. Finalmente llegué al corazón de aquel desastre. Tic. Había un coche algo oxidado abollado por el capó. Un accidente de tráfico, adiviné. Tac. Las ambulancias seguían iluminando débilmente con distintos colores los demás vehículos del lugar. Un hombre llorando. No. Solo estaba tapándose la cara, como si estuviera avergonzado o, más bien, arrepentido. En el suelo, bajo la parte delantera del coche, sangre. Al lado de las ambulancias, una mujer bajita de aspecto imponente. No. De aspecto aterrador. Sangre. Estaba rodeada de oficiales, y pude observar que sus muñecas estaban unidas por unas esposas. Sangre. Tic-tac. Un charco de sangre. Tic-tac, tic-tac. En el suelo, el chico de greñas negras miraba hacia arriba, hacia el cielo, con las pupilas de sus ojos castaños vacías. Su pelo estaba aún más revuelto que en la fotografía, su piel magullada. Y su cuerpo estaba empapado de sangre. Tic-tac, tic-tac. Sangre. Sin yo ordenárselo, mis piernas comenzaron a moverse hacia el cuerpo de aquel chico que ni siquiera conocía. Que creía no conocer. Me arrodillé a su lado y observé su rostro lleno de cortes. De repente una terrible tristeza me inundó. Un sentimiento parecido a la nostalgia, pero al mismo tiempo no. Era algo mayor, más profundo y doloroso. Casi instintivamente posé la mirada en su brazo que estaba lleno de incisiones en diferentes direcciones y tamaños. No parecían haber sido provocados por el accidente. Tic-tac. Comencé a llorar. Tic-tac. Miré mis manos. Tic-tac. Las yemas de mis dedos comenzaron a volverse transparentes. Tic. Al final no conseguí encontrar el reloj. Tac. El débil movimiento de las agujas del reloj se había sincronizado con los latidos de mi corazón. Tic-tac. Mis extremidades siguieron desapareciendo. La gente a mi alrededor no se percataba de mi presencia, como si no existiera. Tic-tac. Mi hora ya había llegado. Miré por última vez el cadáver del chico. Me compadecí. Deseaba con todas mis fuerzas que no hubiera acabado de esa forma, pero ya no había marcha atrás. Las agujas del reloj siempre van hacia delante, y nunca esperan a quienes se quedan atrás. Tic-tac. Tic-tac. Tic. Tac. Todo en mí era transparente.
En el horizonte el Sol iba ascendiendo poco a poco con todo su esplendor provocando que la luz cada vez fuera más intensa. Sonreí. Tic. A pesar de todo, aquellos primeros rayos de fueron los últimos que, con mucha suerte, pude apreciar. Tac.



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