SEPARAR AL AUTOR DE SU OBRA

Muchas veces las personas pueden confundir la ficción con la realidad, es decir, fielmente creen que lo contado en una película, serie o novela es real, por absurdo que parezca. Por ejemplo, se han dado bastantes casos en los que actores de cine han recibido insultos en redes sociales por culpa de los despreciables actos del personaje que interpretaban. Tal ha sido el odio que algunos han tenido que cerrar sus cuentas públicas porque el público no podía entender la barrera que existe entre un personaje y su actor. Lo mismo ocurre con las novelas: cuando un autor escribe una historia no tiene porqué plasmar sus ideas personales en ella, puede ser toda una invención o solo el punto de vista de un personaje. Pero, como hemos dicho antes, gran parte de las personas no logran separar al autor de su obra.


Hoy estaremos tratando un caso en particular, el del escritor de origen ruso Vladimir Nabokov y su novela, Lolita. Esta trata sobre la relación entre una joven de 12 años y un profesor de 40. Este último, Humbert Humbert, no puede evitar sentirse atraído por Lolita, puesto que es una nínfula. Dicho con otras palabras, es una niña de poder demoníaco que “provoca” a los hombres con su atractivo sexual. Por supuesto, esto es solo una excusa para camuflar el deseo sexual que los pederastas pueden sentir hacia menores.

Aunque la novela se volvió una de las obras más célebres internacionalmente de Nabokov por su estilo narrativo y descriptivo, es evidente que también se convirtió en la más escandalosa por los temas que trata. El problema está en que los lectores confundían los pensamientos del personaje pederasta con los del autor, como si se tratara de un texto reflexivo propio o una autobiografía, cuando ni de lejos es así. A esto se le suma la repercusión que tuvo la adaptación cinematográfica de la novela, que no era muy fiel a la obra original. Esto provocó que aún más personas se pusieran en contra de Nabokov sin fundamento alguno. De hecho, el autor se inspiró en un caso real para escribir su obra, por lo que no se puede decir que fue fruto de una retorcida imaginación. Además, sus intenciones eran obvias: enseñar una lección moral.


Un personaje de una historia ficticia no tiene por qué representar los ideales o la personalidad del autor y, evidentemente, el público debe entender esto antes de volcar su indignación contra un escritor, incluidos los casos contra actores o directores en el mundo cinematográfico. Por ello, queda claro que debemos establecer una separación entre el autor y su obra antes de expresar una crítica.

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